miércoles, 26 de diciembre de 2012

* * * * * * *BARCELONA, ONCE DE SEPTIEMBRE DE 1714 * * * * * * *



                                                           Tercera   Parte

                               La  Catástrofe: El  Sitio  de  Barcelona (Primera  parte)


                                  

Amigos,  dada  la  extensión  de  esta  crónica  hoy  os  contaré  los  hechos  que  dieron  por  finalizado  el  Sitio  de  Barcelona,  el  Once  de  Septiembre  de  1714,  pero  las  reseñas  biográficas  de   algunos  de  sus  protagonistas,  se  explicarán  en  una  cuarta  parte, titulada  Héroes  y  Medrosos  del  Asedio  a  Barcelona, que  aparecerá  próximamente.
          En  1713  la  Paz  de  Utrecht  puso  fin  a  la  lucha  armada,  y  las potencias europeas reconocieron como rey de España y de las Indias a Felipe V, obligándole  a  renunciar  al trono de  Francia, mientras  que  los borbones franceses  también  debían  desistir  de  la  corona española. Inglaterra recibía,  como  botín  de  guerra, Gibraltar y Menorca, la autorización de enviar anualmente un navío de quinientas toneladas con  permiso  para comerciar en la América española,  además  del monopolio de la trata de negros. Austria era recompensada con los  Países Bajos, Cerdeña, el Milanesado, Mantua, Mirandola y Comachio. Sicilia pasaba a manos de  la  Casa  de  Saboya,  y a Portugal se le devolvía la colonia de Sacramento, conquistada por España en 1705.  En definitiva,  los  tratados significaron el triunfo de Inglaterra y de su política de equilibrio europeo, la  decadencia de Francia como primera potencia, y la hecatombe de la hegemonía española en Europa.
       El  14  de  marzo  de  1713  los ingleses se vieron  obligados  a evacuar Cataluña. El  19  del  mismo  mes,  Isabel  Cristina,  esposa  del  pretendiente  Habsburgo,   abandonó Barcelona  y  pasó  la  regencia  al  general  Guido von Starhemberg,  que  solo  tardaría  tres  meses  en  firmar  el  armisticio  que  favoreció  un  alto  al  fuego  para  que  las  tropas  de  Felipe V  ocuparan  Catalunya.  Ya    que  no  es  de  rigor  histórico  aderezar  una  crónica  con  opiniones  personales,  pero  hoy  en  día,  cuando  quienes  enarbolan  todos  los  estandartes  del  catalanismo  son  capaces  de  simpatizar  con  el  rey,  descendiente  de  aquel  tirano,  aceptar  sus  títulos  nobiliarios,   otorgarle  a  su  hijo y  a  su  esperpéntica  nuera  el  Principado  de  Girona,  y  permitir  que  su  hija,  casada  con  un  ladrón  declarado,  trabaje  en  la  Caixa  y  viva  en  Barcelona;  una,  que  es  moderadita,  escribe  sus  novelas  en  castellano  y  cada  Once  de  Septiembre  cuelga  en  el  balcón  les  quatre  barres,    ha  llegado  a  la  conclusión  de  que  ciertos  personajes  y  personajillos    interpretan  la  Historia  según  sus  intereses.  Claro  que,  también  cabe  la  posibilidad  de  que,  además  de  moderada,  sea  corta  de   entendederas  y  me  ofusque  ante  la  realidad  de  que  nadie  quiera  perder  sus  privilegios.

       Pero  volviendo   a  lo  que  nos  interesa,  la  abolición    de  los  fueros  y  libertades  de  los  reinos  de  Aragón  y  de  Valencia,  en  los  que  se  incluía  Catalunya  como  principado,  decretada  por  Felipe V,  el  29  de  junio  de  1707,  en  virtud  del  derecho  de  conquista,  y  rectificada en  el  Tratado  de  Utrecht,  que  a  la  vez  le  obligaba  a  amnistiar  a  los  catalanes  y a concederles iguales derechos y privilegios que los habitantes de las dos Castillas, que de todos los pueblos de España son los más amados por el Rey Católico,  hizo  que  las tropas del  Borbón  iniciaran  el  asedio a  Cataluña,  que   reducida a  dos plazas fortificadas,  la  de Barcelona y  la  de Cardona, debía optar entre rendirse o continuar la lucha en defensa propia. Entonces  se  convocaron   los brazos generales  del  Gobierno  del  Principado,  o  lo  que  venía  a  ser  lo  mismo,  las  Cortes  sin  Rey,  puesto  que  el  archiduque  Carlos  ya  había  asumido  sus  funciones  de  Emperador  del  Sacro  Imperio, para tomar una decisión al respecto. Ante  la  desigualdad  existente  entre  las  fuerzas  catalanas,  que    habían  perdido  el  apoyo  de  la  Gran  Alianza,  y  las  del  Rey,  los brazos militar y eclesiástico y los diputados de la Generalitat,  decidieron  aceptar  al  Borbón.  Sin embargo  el brazo popular se  inclinó  a favor de la resistencia  a  la instauración del absolutismo centralista,  tal  como  sucedía  en  Francia,  y  que  imponía  el  nuevo  rey en todos los territorios sometidos. Desde  la  Generalitat  tuvo  que  hacerse  un  llamamiento para  organizar  la defensa de la ciudad.  Así  las  tropas  catalanas,  al  mando  del  general  Villarroel,  se  levantaron  en  contra  de  la  Armada  borbónica.  Después  de  un  año  de  combates,  en  que  acumularon  varias  victorias,  Luís  XIV  pensó  que  su  nieto  sería  derrotado,  y envió  a  Cataluña  el  grueso  de  sus  Ejércitos  dirigidos  por  el  duque  de  Berwick.
        Pero,  el  11 de septiembre de 1714,  después  de  dieciocho meses de sitio y combates  encarnizados,  los  catalanes  se  vieron  obligados  a capitular.
        El 15 de septiembre,  el duque de Berwick firmó el nombramiento de la Real Junta Superior de Justicia y Gobierno, que, bajo la presidencia del secretario  de  Estado  de  Felipe  V, José Patiño,  del  que  los  ministros  de  Rajoy  deberían  de  aprender  dado  que,  a  pesar  del  dispendio  de  la  guerra,  los

                                                          José  Patiño

 historiadores  dicen  de  él  que:  Economizó la Real Hacienda y libró a los pueblos de los tributos extraordinarios que exigían antes las urgencias ocurrentes; la casa Real estuvo pagada; el ejército, provisto; las rentas de la Corona se pusieron corrientes; y el Erario Público adquirió la reputación que, como decía Richelieu, es su principal riqueza. Pero  a  lo  que  íbamos, Patiño  iba  a  sustituir  la autoridad de la Generalitat y del Consejo de Ciento,  por  la  de  la  Junta  y leía ante las  jerarquías  vencidas: Habiendo cesado por la entrada de las armas del Rey N. S. (Q.D.G.) en esta Ciudad y plaza la representación de la Diputación y Generalidad de Cataluña, el Excmo. Sr. Mariscal Duque de Berwick y Liria me ha encargado que ordene y mande a los diputados y oidores de cuentas del General de Cataluña, que arrimen todas las insignias, cesen totalmente, así ellos como sus subalternos, en el ejercicio de sus cargos, empleos y oficios y entreguen las llaves, libros y todo lo demás concerniente a dicha casa de la Diputación y sus dependencias...
        Abolida  la Generalitat y el Consejo de Ciento  y  desarmadas  las fuerzas militares catalanas,  los líderes de la resistencia  emprendieron  el  camino  del  exilio  hacia  las  tierras  del  Sacro  Imperio,  y  los  que  tuvieron  peor  fortuna  fueron  encarcelados  o  condenados  a  muerte. Derruidas las fortalezas  del  Principado, cerrada la Casa de la Moneda, suprimida la Universidad de Barcelona y los Estudios Generales  y  decretado el uso oficial del castellano en lugar del catalán, Cataluña perdió todo  su  poder político y  fue sometida a un largo proceso de castellanización,  que  ahora  el  ministro  Wert,  después  de  treinta  años  de  convivencia  pacífica  entre  las  dos  lenguas,  con  tanto  esmero  quiere  volvernos  a  imponer.
          El nuevo régimen implantado  en Cataluña  se estructuró definitivamente  el  16  de  enero  de  1716 en  el Real Decreto de Nueva Planta,  y  como  no  podía  ser  de  otro  modo,  fue sometido a la aprobación del Consejo de Castilla. Dicho  decreto  otorgó el máximo poder de gobierno a un militar: el capitán general, asistido por la Real Audiencia.  Y  todas  las  decisiones  referentes  a  Cataluña iban  a  resolverse  en la Corte de Madrid.  Felipe V había eliminado el uso oficial del catalán, Carlos III lo suprimió de la enseñanza primaria y secundaria. Pero tales medidas,  que  en  estos  días  algunos  quieren  rescatar  del  olvido,  no iban a conseguir,  ni  tampoco  conseguirán  ahora,  la desaparición de la lengua catalana.
          No    si  a  ustedes  les  sucederá  lo  mismo  que  a  mí,  pero  después  de  escribir  y  releer  esta  parte  de  la  crónica,  y  comparar  lo  sucedido  entonces  con  lo  que  está  ocurriendo  hoy,  tengo  la  sensación  de  que  nada  cambia.
         Señores,  les  invito  a  la  reflexión.  Buenas  noches.


        MARÍA  BASTITZ


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